historia, fruto de ello son las más de mil agrupaciones musicales que acumulan entre ambos fenómenos
(Federació de Societats Musicals de la Comunitat Valenciana 2020; Federació Catalana d’Entitats Corals
2020). En lo que se refiere a la formación de los adolescentes, dichas agrupaciones suelen tener secciones
juveniles que, en muchos casos, además de proporcionar aprendizajes musicales sirven como preparación
para acceder a agrupaciones de adultos con un nivel artístico superior.
Corales y bandas juveniles comparten algunos rasgos tanto a nivel idiosincrático como a nivel formativo.
Ambos tipos de agrupaciones desempeñan una importante tarea socio-cultural en su contexto más próximo
y por ello son consideradas, por parte de la sociedad donde están inmersas, como símbolos culturales e
identitarios (Carbonell 2000; Leal 2014). En cuanto a la formación, corales y bandas, coinciden en ofrecer
una educación musical de calidad, basada en la práctica musical colectiva. Por ello, los adolescentes
integrantes de este tipo de agrupaciones, además de desarrollar competencias puramente musicales
también adquieren otro tipo de aprendizajes estrechamente relacionados con la educación emocional.
Por lo que respecta a las competencias musicales, los componentes de estas agrupaciones aprenden a seguir
las indicaciones del director musical, desarrollan su capacidad auditiva a través de la afinación con otros
instrumentos o voces, toman conciencia sobre los diferentes planos sonoros, practican la sincronía rítmica
colectiva, escuchan y desarrollan aspectos de carácter expresivo, etc. (Oriola, Gustems, y Filella 2019). Por
otro lado, el aprendizaje emocional que se adquiere y desarrolla en el seno de dichas agrupaciones está
vinculado con aspectos como la convivencia y comunicación entre todos los integrantes de la agrupación, el
sentimiento de pertenencia, el aprendizaje entre iguales, el trabajo colectivo, la adquisición de valores, etc.
(Calderón 2014; Ferrer, Puiggalí, y Tesouro 2018).
La adquisición y el trabajo de las citadas competencias puede extrapolarse a otros escenarios de la vida
cotidiana de cada adolescente, y tal como demuestran diferentes investigaciones, puede repercutir
positivamente en el desarrollo de otro tipo de aprendizajes y logros. Por un lado están los conocimientos de
tipo más académico como las matemáticas (Schellenberg and Weiss 2013), la lectura (Southgate y Roscigno
2009), la motivación académica (Oriola-Requena, Gustems-Carnicer, y Filella-Guiu 2018) y, por otro, los
aprendizajes intrapersonales como la conciencia y la regulación emocional o la empatía, entre otros aspectos
(Ros-Morente et al. 2019).
En todo este proceso de aprendizaje colectivo, la figura del director musical ocupará un papel fundamental,
independientemente de la tipología de agrupación. Este no solo será el encargado de transmitir
conocimientos musicales sino también de establecer un buen clima de trabajo y unas buenas relaciones
interpersonales, hacer partícipe a todos los integrantes de un objetivo común, ser empático y comprensible
con las particularidades de cada músico, aprovechar las emociones que se experimentan tanto a nivel
individual como colectivo, etc. (Oriola y Gustems 2019). Para ello deberá conocer, aplicar y combinar
diferentes tipologías de liderazgo que se adapten a las características y necesidades de cada agrupación. Por
ejemplo, si se quiere ser productivo y motivar a los integrantes de una agrupación reducida en la que el nivel
musical sea básico, el director deberá aplicar un liderazgo organizativo que incluya, además de encabezar la
práctica musical colectiva, la realización de arreglos musicales adaptados al número de participantes y a su
nivel musical particular (Gustems, Calderón, y Oriola 2015).
Sin embargo, y a pesar de todas las semejanzas descritas y compartidas entre ambas tipologías de
agrupaciones, también existen diferencias significativas como por ejemplo la formación musical mínima
necesaria para acceder a cada una de ellas; en una banda juvenil se necesita de una formación básica (3-4